Esa tarde el poeta se había refugiado en casa de su amigo Luis
Rosales porque creía que la pertenencia de los
cinco hermanos a la Falange lo protegería. No fue así. En la tarde del 16 de
agosto de 1936 se lo llevaron detenido al Gobierno Civil de Granada. De allí lo sacaron al día siguiente en
dirección al frente. Lo mataron
a tiros de madrugada, en algún punto del camino entre Víznar y Alfacar. Por
«rojo», por «maricón» o por rencillas familiares, según quien lo diga. Lo
enterraron junto a un maestro nacional y dos banderilleros anarquistas hace 80
años. Y todavía lo andan buscando.
Quizá Federico García Lorca nunca tenga una tumba. Al menos, no
una sobre la que se pueda dejar unas flores o una nota, como las de William
Shakespeare, Oscar Wilde o Antonio Machado. Y no por falta de admiradores dispuestos
a peregrinar hasta el panteón: el autor de «Poeta en Nueva York» es,
posiblemente, el escritor español más universal después de Cervantes, el
símbolo del horror de la Guerra Civil española en todo el mundo.
Pero
la opinión de la familia del poeta es
terminante: si algún día se encuentran sus huesos, se quedarán donde están. Es
uno más. «No necesitamos saber detalles, cuántos tiros le dieron a Federico»,
dijo una vez Laura García Lorca, una de las cuatro sobrinas vivas. La fundación que dirige ella negocia estos
días el traslado de todo su patrimonio al Centro
Lorca, un edificio de 23
millones de euros en pleno centro de Granada.
Centro Lorca en Granada |
Los
investigadores no se ponen de acuerdo sobre el motivo del asesinato.
Hace unos meses salió a la luz un informe policial elaborado en 1965 en el que
las autoridades franquistas reconocían que Federico fue ejecutado por
«socialista y masón» y por «homosexualismo».
Aunque no militó en ningún partido, el poeta de Fuente Vaqueros era un
firme defensor de la República, para la que trabajó como vocal de la Junta
Nacional de Música y Teatro y como secretario del ministro Fernando de los
Ríos. El alcalde de Granada, Manuel Fernández Montesinos,
fusilado pocas horas antes que él frente a las tapias del cementerio, estaba
casado con su hermana Concha.
Hay
quien sostiene que algunas de sus obras habían levantado controversia: una de
las piezas de «Romancero
gitano» molestó a la Guardia Civil y con «La casa de Bernarda Alba»
ofendió a unos parientes con los que su padre, próspero hombre de negocios,
mantenía una disputa por lindes de tierras. En el pelotón de fusilamiento había
dos familiares lejanos.
Hace medio siglo, el hispanista irlandés Ian Gibson
también comenzó una incansable misión que aún no ha cesado: en base al
testimonio que le ofreció Manolo «El Comunista», que aseguraba haber
participado en el enterramiento, la Junta de Andalucía realizó en 2009 la primera
excavación en Fuente Grande, junto al parque en memoria del
poeta. Removieron miles de metros cúbicos de tierra durante más de dos meses. Ni
rastro encontraron.
Cinco años después,
otro equipo, en esta ocasión encabezado por el historiador Miguel Caballero,
volvió a intentarlo en los Llanos
de Corbera, a 400 metros del sitio anterior. La ubicación fue
elegida esta vez siguiendo los testimonios recogidos por el investigador
Eduardo Molina Fajardo, que sitúa allí la plaza de armas donde formaban las tropas.
Para el historiador, es más probable que los testigos de aquellos hechos
trágicos –hoy todos muertos– dijeran la verdad a alguien del bando
franquista, como ellos, que a unos investigadores extranjeros.
Otra pista que guió a
este equipo no vino de la parte de los
asesinos, sino de las víctimas:
Isabel García Lorca, hermana pequeña del poeta, dirigió en 1998 una carta
indignada al alcalde de Alfacar – con copia al presidente de la Junta y al «New York Times»– quejándose de la
«afrenta» que suponía el plan de construir allí un campo de fútbol y una urbanización,
«justo donde fueron a caer miles de hombres asesinados (...). También está ahí
mi hermano».
Verde que te quiero verde (Romance Sonámbulo) |
En alguno de estos
pozos esperan encontrar los cuatro cadáveres. «No vamos a saltar por encima de
la voluntad de ninguna familia», subraya Miguel Caballero. Si hay huesos,
tomarán muestras de ADN de cada
cuerpo y las cotejarán con los familiares que se presten; ya disponen de material genético de una nieta de Galindo, el único al que podrían exhumar. Si aciertan,
a uno de los cadáveres le faltará una pierna – el maestro de Pulianas era cojo –
y otro tendrá un defecto en los pies y un cráneo algo más grande de lo normal.
Ese sería Federico García Lorca, la leyenda.
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